Estando en la entrada de la escuela, y viendo sus puertas abiertas invitándome a entrar, el sentimiento fue totalmente distinto al esperado. Horas antes de mi primera experiencia docente fuera de las aulas de la universidad, solo encontraba emoción, satisfacción de poder finalmente explayar todos mis conocimientos y metodologías dinámicas, creativas, que por años aprendí a poner en práctica con una base en el trabajo colaborativo, y que solo pueden desarrollarse mientras haya una comunicación entre pares y una conexión con la cultura, porque, como dice Paulo Freire (2015) “Sólo existe saber en la invención, en la reinvención, en la búsqueda inquieta, impaciente, permanente que los hombres realizan en el mundo, con el mundo y con los otros” (p.52). Sin embargo, frente a las puertas de la escuela pública, sentí temor, desconfianza de mis capacidades por la incertidumbre acerca del tipo de grupo que iba a tener, si iba a poder lidiar con situaciones nuevas y, posiblemente,